Estaba en el secundario cuando tuve mi primer amigo homosexual. Lo admiraba, nunca se lo dije. Con sus 15 años caminaba por los pasillos como bailando. Era el centro de atención en aquel colegio público de la Córdoba del 2004. Murmuraban, señalaban, burlaban. Rara vez lo vi volver la mirada sobre el hombro y revolear los ojos, él caminaba con pasos bien dados por esos pasillos, entre las miradas, entre las burlas. Yo quería ser como él, genuino, valiente, nunca se lo dije. Alguna vez me preguntó como hacía para ser su amigo y también serlo de quienes lo odiaban, con quienes yo jugaba a la pelota… Siendo falso, siendo cobarde, así lo lograba. Ansiaba lo genuino, ser sin esfuerzo, ser sin caretas.
Dicen que le diste mucho al fútbol Diego, yo creo que tomaste todo del fútbol: fortuna, fama, poder… y a cambio, dejaste malos ejemplos, patanería y fanfarronería en la cancha, y fuera de ella, creo que ya nos ha quedado claro lo que eras.
Proclamarnos feministas, es entonces, una vil afrenta; es una burda apropiación de algo que no nos corresponde; es nuevamente, apropiarnos del trabajo de las mujeres como lo hemos hecho durante milenios.
Las mujeres no ejercen este tipo de violencia hacia los hombres, no con frecuencia, no como la norma, no de forma sistemática.
Apoyemos el deporte femenino. Si queremos salarios equitativos, debemos lograr que los deportes femeninos sean tan lucrativos como industria como lo es el deporte masculino. Las personas dueñas de ligas y equipos no tienen incentivos para invertir en ellas ni en las atletas si no pueden obtener réditos económicos.