Tu odio no es una «opinión»

En la película Inglorious Basterds de Quentin Tarantino, el Teniente Aldo Raines, interpretado brillantemente por Brad Pitt, tenía la costumbre de preguntar a sus rehenes Nazis si cuando terminara la guerra se quitarían su uniforme Nazi, a lo que usualmente respondían que sí. La respuesta de Raines era grabar en su frente con un cuchillo una cruz swastika, para que jamás se la pudieran quitar, para que el mundo entero supiera quiénes eran y que jamás se les olvide a ellos tampoco. Para que cuando cualquiera los viera, sepa que fueron partícipes de un genocidio y que su «opinión» y su «ideología» costaron millones de vidas. Una guerra que comenzó con la difusión de propaganda de odio, que comenzó con un discurso divisionista que enaltecía a unos para oprimir a otros.

Más a menudo de lo que me gustaría, escucho y leo a personas quejándose de que «las generaciones nuevas son de cristal», que «todo les ofende» y que «cada quién tiene derecho a su opinión y eso no es discriminación». Pues bien, voy a tratar de explicar por qué creo que estas aseveraciones y que todo lo que se le parezca están sumamente equivocadas.

Para fines de esta nota no me enfocaré en el tema de las nuevas generaciones, pero al respecto escribiré solamente lo siguiente: No, no es que todo nos ofenda, es que nos molesta que antes no ofendiera, que nos molesta que hayan normalizado comportamientos que no deberían ocurrir y que crean que exigir derechos iguales para todas las personas sea un tema de «resentimiento» o de «sobre-sensibilidad». Sensibilidad sí es, las nuevas generaciones somos más sensibles al dolor sentido por la opresión que normalizaron los de antaño, y exigir el mundo que queremos ver, y demandar acción de quienes nos representan en los lugares en donde existe el poder para cambiar estas situaciones, es lo que se debió de haber hecho siempre. Ojalá hubieran tenido el valor de hacerlo.

Sobre el tema de las «opiniones», yo soy un convencido defensor de la libertad de expresión, creo que todos debemos tener el derecho de hacer absolutamente todo lo que queramos con nuestras vidas y de expresar todo lo que queramos, siempre que no dañe a terceros, y ésta parte es muy importante. Cuando nuestras acciones dañan a otra persona, entonces no estamos «siendo libres», estamos siendo libertinos, estamos siendo negligentes para con aquellos a quienes nuestras acciones y nuestras palabras provocan un daño.

Yo creo que el discurso de odio no debería ser tolerado, y que debería costar, que cuando dices o expresas por medios escritos, digitales o impresos, algo que promueve el odio y la discriminación contra otros, tendría que existir algún código (legal y reglamentario) que cobrara factura de ese discurso. Sin embargo, entiendo que, también es un mundo de matices, que es muchas veces muy difícil discernir lo que podría ser considerado como discurso de odio y que sería aún más difícil pedir a las autoridades encargadas de evaluarlo que estuvieran adecuadamente preparadas para hacerlo de acuerdo con los múltiples contextos que se viven en nuestro país.

Entonces, mientras el Estado no se dé a la tarea de poder encontrar definiciones adecuadas para el discurso de odio, que contemple los matices contextuales y las preparaciones necesarias para juzgarlo, me parece que al menos debemos condenarlo moralmente cuando su expresión se hace evidente. Cuando tu «opinión» es para oprimir a otros y para negarles derechos, no es una «opinión», es discurso de odio, no importan tus intenciones, importa tu expresión y lo que ello significa para otros, pero jamás te pones en su lugar, porque sabes o crees que nunca tendrás que enfrentar la misma opresión que esas personas. No piensas «¿Y qué si fallara mi método anticonceptivo y fueran los hombres los que quedaran embarazados y ella se desapareciera y yo no quisiera tener ese hijo sola? ¿Sería también juzgado de asesino?», no piensas «¿Y qué si por verme como me veo me negaran oportunidades?», no piensas «¿Y qué si fuera yo a quien le negaran el derecho de casarme con quien quiera o de adoptar?». No piensas, pero sobre todo: no sientes, no empatizas.

Cuando dices que en tu opinión, las mujeres no deberían tener el derecho de decidir sobre su salud sexual y reproductiva, estás sumando a su opresión, cuando dices que las personas homosexuales no se deberían poder casar o adoptar, estás sumando a su opresión, cuando dices que personas con ciertas características físicas o pertenecientes a etnias no deberían gozar los mismos derechos que tú, estás sumando a su opresión, cuando llamas «enfermos» y «desviados» a las personas cuyas identidades de género son distintas a lo que te enseñaron en la primaria, estás sumando a su opresión, cuando citas frases de libros sagrados y otros textos, que buscan justificar la discriminación con base en una moral oxidada, estás sumando a su opresión.

Los derechos son inherentes a las personas y todas las personas debemos de gozar de ellos, mientras haya personas que aún no cuenten con la plena garantía de sus derechos, entonces no son derechos todavía, son privilegios de los que algunos gozamos mientras otros grupos poblacionales se mantienen oprimidos. Exigir la garantía de derechos para todos es importante desde el discurso para llevarla a la práctica, de igual manera, evitar los discursos que promueven la discriminación y la eliminación de derechos para algunas personas, mientras que otras puedan gozar de sus privilegios, es una obligación ciudadana, un deber cívico y moral que nos compete a todas las personas. Así que no, cuando tu «opinión» busca restar los derechos de otras personas, no es «solamente tu opinión que tienes derecho a expresar», es un discurso de odio que busca ganar simpatías con otras personas que también deseen restar de los derechos de algunos para favorecer a otros. Que busca crecer para destruir, que busca mantener y perpetuar estructuras de opresión sistémica hacia los más vulnerables.

Por esto, mientras no existan medidas legales adecuadas para prevenir y castigar el discurso de odio, también seré de los que defiendan tu derecho a expresar tu «opinión», aunque ésta sea una vil expresión de odio; porque al estilo del Teniente Raines y sus Bastardos, no puedo tolerar que estés oculto escupiendo veneno desde la obscuridad y el anonimato. Quiero saber quién eres, quiero que sigas usando tus redes sociales y todos los medios posibles para demostrar la clase de persona que eres y que quede manifiesto ante el mundo entero. Que queden para la posteridad tus tweets y publicaciones de FB. Para que el día de mañana no te puedas esconder, para que cuando tus hij@s o niet@s pregunten por qué antes le negaban derechos a ciertos grupos de personas, tengas que responderles que por que había personas como tú que se pronunciaban para oprimirlos. Para que nunca más te escondas tras un teclado. Quiero tu swastika en tu frente.

Josué Lavandeira – josue_lavandeira@alumni.harvard.edu

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