Re-victimización de mujeres

Desde hace tiempo que vengo pensando en escribir algo al respecto de este tema. Hace poco más de un mes noté una tremenda falta de empatía de parte de compañeros, compañeras, amigos y amigas, de casi todos los medios de comunicación del país, de familiares, de la gran mayoría de personas en general; esto para con una chica en la Ciudad de México, recuerdo que su nombre era Karen. Pues sucede que Karen envió un mensaje a su madre, diciendo que el taxista con quien viajaba se veía sospechoso y tenía miedo, después desapareció durante muchas horas.

Durante el tiempo que Karen estuvo desaparecida, un operativo de las fuerzas de seguridad pública fue puesto en marcha para encontrarla, debido a que fueron alertadas por la familia de Karen cuando ella dejó de atender a su teléfono móvil. Al final, Karen reapareció a salvo y se supo que estuvo dentro de un bar bebiendo hasta las primeras horas de la madrugada del día siguiente en compañía de su novio. Karen declaró que el taxi en el que iba intentó secuestrarla y ella pudo escapar y en estado de shock fue al bar donde se reunió con su novio y permaneció hasta su «reaparición». Las cámaras de seguridad del lugar muestran que, efectivamente, así fue.

Al día siguiente una amplia mayoría de los medios nacionales y la opinión pública en general condenaron a Karen ¿Cómo se atrevía a tener a todo el país buscándola mientras ella bebía en un bar con su novio? ¡Qué irresponsabilidad! ¿No?

Y debo decir, que concido en que su actuar fue irresponsable, cuando lo analizo fríamente, pienso que si yo estuviera cerca de vivir un secuestro, probablemente lo primero que querría hacer después del escape es contactar a mi familia y hacerles saber que estoy bien, pero no lo sé de seguro, no sé cómo actuaría. Sobre todo, soy incapaz de emitir un juicio del comportamiento de Karen en esa situación, porque mis condiciones no son iguales a las de ella. En primer lugar, porque no conozco su contexto familiar, ni sé el tipo de relación que lleva con su familia. En segundo, porque no sé lo que siente una persona que está en esa situación, en más de una ocasión tuve armas de fuego de grupos criminales apuntando a mi cabeza y rostro, y cuando pude salir a salvo de estas situaciones, no hablé con mi familia de ello, no quería preocuparlos, quería olvidarlo, así que tampoco es que piense que cualquier persona que viva algo así reaccionará buscando a su familia, porque tampoco estoy seguro de que yo lo haría. Y en tercer lugar, y lo más importante: Karen es mujer, y yo no.

Karen es mujer y vive en un país en donde cada día asesinan 10 mujeres, en donde hay más de 9,000 mujeres desaparecidas, donde ser mujer es igual a vivir en una condición de vulnerabilidad constante, donde en cuanto una mujer cercana a nosotros deja de responder un mensaje podemos asumir que su vida corre peligro. Y fue justo eso lo que pasó, no se trata de si su actuar fue irresponsable o no, se trata de que vivimos en un estado de emergencia, en donde si una mujer cercana a nosotros se ausenta, inmediatamente es necesario activar protocolos de seguridad para su búsqueda, porque de no hacerlo (y en la gran mayoría de casos, aunque se haga) podría ser la última vez que nos hayamos comunicado con ella.

A todos y a todas nos da terror imaginarnos que una mujer de las que amamos pudiera desaparecer de nuestras vidas arrebatada, pero cuando se logra encontar a una de ellas, entonces queremos examinar el cómo y por qué, en lugar de celebrar que está viva, que no le pasó nada, que regresa con los suyos, que no está en la interminable fila de las que no vuelven jamás. Como sociedad hay que cuestionarle el por qué la encontraron viva y sin ningún daño después de preocuparnos a todos. No faltan los comentarios de «seguro andaba de caliente», «no se murió, andaba de parranda», «nomás se escapan para andar de pirujas»… y muchos similares.

¿Qué carajo nos importa lo que estaba haciendo? ¡Está viva, está bien! En un país donde tantas no lo estarán jamás otra vez. Dejemos de juzgar por qué están vivas, dejemos de reclamar que no aparezcan muertas, necesitamos exactamente eso: que jamás vuelva a desaparecer una, o a aparecer sin vida o mutilada, o violada, o torturada, o con cualquier tipo de daño hecho a su persona.

Ojalá todas terminaran como Karen, ojalá que el caso de todas las mujeres que desaparecen en México terminaran en que estaba en un bar con su novio. Tengamos tantita empatía para con las mujeres de este país, que viven todos los días con miedo, que viven todos los días pendientes de lo que tienen qué hacer para cuidarse y poder sentirse a salvo. Entendamos que lo único que importa es frenar la violencia de género en todas sus expresiones, iniciando por las más extremas, y que revictimizar y culpar a las mujeres que la sufren no solamente no suma, resta mucho de lo que podemos hacer para avanzar en éste sentido.

Los hombres somos quienes más podemos hacer para frenar la violencia de género, porque somos nosotros quienes la ejercemos de forma sistemática. Protejamos entonces a las víctimas, tengamos empatía para con ellas, con su dolor, con su miedo, con su ira, con su desesperación. Nosotros tampoco queremos este México para ellas, nosotros podemos cambiarlo, al menos desde uno, al menos eliminando nuestras expresiones que lastiman, que revictimizan, que deshumanizan. Un hombre menos ejerciendo violencia sobre las mujeres, es algo ya muy positivo; una sociedad entera de hombres conscientes de la violencia que ejercemos y dispuestos a frenarla en nosotros mismos y en otros, significa un mundo positivamente distinto para todas las personas.

Josué Lavandeira – josue_lavandeira@alumni.harvard.edu

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