Ídolo inmortal, presunto violador

El Domingo 26 de enero de 2020 TMZ reportó, a minutos del suceso, la noticia de que Kobe Bryant había muerto víctima de un accidente de helicóptero, más tarde se confirmó la noticia y se supo, además, que su hija Gianna de 13 años había fallecido junto con su padre. La noticia conmocionó al mundo de los deportes, y en general a cualquiera que haya conocido y seguido la carrera de Kobe Bryant. En las últimas décadas, era sin duda, una de las figuras públicas de mayor influencia, siempre admirado y venerado. Por su amplia presencia mediática y reconocimiento público, era difícil no saber quién era Kobe Bryant.

La carrera profesional de Kobe Bryant, sobre la duela y fuera de ella, ha sido inspiradora para millones de personas. Su muerte, especialmente porque también perdió la vida junto con él su muy joven hija, fue inmensamente trágica y una pérdida muy triste, no solamente para su familia, pero para cualquiera que tenga empatía humana, especialmente para los millones que admiraban a Kobe como atleta, como persona, y por el gran éxito que obtuvo en muchas facetas de su vida, incluyendo ser galardonado con un Oscar por un corto animado. Kobe Bryant también fue acusado de violación. Se zafó de las acusaciones con una disculpa pública y un acuerdo confidencial (estimado en más de 2.5MDD) firmado fuera de las cortes de ley, cuando la evidencia en su contra parecía ser lo suficientemente clara para conseguir una sentencia condenatoria (sangre de la presunta víctima en la playera de él, desgarramiento vaginal en la presunta víctima y presencia de semen consistente con el ADN del basketbolista, otras señales de maltrato físico presentes en la presunta víctima).

Todas estas verdades pueden coexistir y son parte de quién era él.

Una persona es más que sus peores actos y sus peores momentos, y personalmente, creo que deberíamos juzgar a las personas basándonos no sólo en esos actos, sino en cómo son capaces de sacarse a sí mismos de esos momentos y redimirse por esos actos. En cómo pueden mirarse al espejo y decir «esta no es la persona que quiero ser, y lo voy a cambiar para bien». Hacer esto es muy duro para cualquiera, y son a menudo los recuerdos de la persona que no queremos volver a ser, lo que nos empuja a movernos hacia adelante y luchar por ser mejores versiones de nosotros mismos. Habiendo escrito esto, mejorarnos y pagar nuestros pecados, no borra el daño que hemos hecho, y cuando se trata de elegir a nuestros ídolos, deberíamos exigir un estándar moral elevado de quienes admiramos.

Tenemos que hablar sobre las historias completas de estos hombres cuando hablamos de figuras públicas. Tenemos que hablar de la misoginia de Gandhi, de la infidelidad de Einstein y de su abandono a su esposa e hija, de las trampas, engaños, violencia, y drogadicción de Maradona, de las docenas de acusaciones por violación a Bill Cosby, de la pedofilia aberrante de Michael Jackson. Tenemos que hacerlo por respeto a sus víctimas, y tenemos que hacerlo porque nosotros, como hombres, tenemos que asumir la responsabilidad de crear una sociedad en donde no podamos escapar las consecuencias de nuestros actos, en donde no toleraremos más lo peor de nuestros ídolos bajo la justificación de sus grandes talentos.

Tomen en cuenta la reacción que recibió la reportera del Washington Post, Felicia Somnez, a quien atacaron con miles de mensajes de odio y amenazas de muerte por retweetear una historia de investigación sobre el caso de acusación de violación a Kobe Bryant, y observen la reacción de su empleador, que la suspendió de su trabajo por publicar algo cierto y bien documentado respecto de este ídolo popular. La presión que la sociedad ejerció fue tal, que borró los tweets.

Imaginen ahora la presión que enfrentan las víctimas de estos hombres con inmenso poder. Imaginen qué tan difícil debe ser levantar la voz y llevarlos a la justicia, mostrarle al mundo lo que nos negamos a admitir de aquellos a quienes admiramos. Imaginen que el peor momento de sus vidas será notablemente público, y la confesión de este, estará seguido por el odio de una sociedad entera, desacreditándolas, etiquetándolas. Una etiqueta que sin importar el resultado del caso, llevarán con ellas: «La mujer que X violó», «La mentirosa que acusó a X de violación». Su identidad entera será sujeta al escrutinio y cuestionamiento constante del mundo entero. Serán revictimizadas constantemente y nadie les dejará olvidar, que fueron ellas, las responsables de «arruinar» la reputación de sus ídolos. Ese es el nivel de presión que enfrentan las víctimas de estos poderosos hombres.

Nosotros, como hombres, podemos y debemos ser mejores como colectivo, y exigir de nosotros mismos y de otros, un estándar de conducta más elevado. Lamentar y llorar la muerte de quienes hemos llegado a admirar, no debería excluirnos de reconocerlos totalmente por quiénes eran, y podemos entonces empezar a re-pensar el tipo de hombres que elegimos admirar e idolatrar.

Josué Lavandeira – josue_lavandeira@alumni.harvard.edu

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