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«Ser hombres» nos está matando.

Estos datos retratan la realidad de los hombres en México y en gran parte del mundo; nos muestran una clara imagen de lo que socialmente hemos definido que debe ser un hombre.

De acuerdo con distintas fuentes (UNDOC, 2015; INEGI, 2017):

  • Aproximadamente el 89% de las víctimas de homicidios son varones.
  • Casi el 95% de los victimarios de hombres asesinados, son también hombres.
  • Cerca del 93% de los crímenes violentos son cometidos por hombres.
  • La tasa de homicidios cometidos por hombres se mantiene a la alza.
  • La tasa de feminicidios crece de manera desproporcionada en comparación a la de homicidios.
  • El número de suicidios consumados es 4 veces mayor en los hombres.
  • El grupo social más vulnerable al suicidio, son hombres jóvenes de entre 15 y 29 años.
  • Los hombres pertenecientes a la comunidad GBT+ son aún más vulnerables al suicidio, aunque no existen cifras detalladas.
  • 33% de los estudiantes varones reporta ser víctima de bullying homofóbico en las escuelas preparatorias, aún cuando no son homosexuales.
  • La expectativa de longevidad para un hombre es 5 años menor que la de una mujer.
  • Se estima que solamente el 4% de los hombres víctimas de violencia por mujeres, presentará alguna vez una denuncia. No hay cifras oficiales.
  • Aproximadamente el 95% de los delitos sexuales son perpetrados por hombres (incluyendo aquellos contra niños y adolescentes menores de edad).
  • En México, se estima que en el 90% de los casos de disputa por la patria potestad de los hijos, se otorgará la custodia de los menores a la madre, sin evaluar previamente sus capacidades para la crianza.
  • La población de los centros penitenciarios a nivel nacional está compuesta casi en un 95% por varones.

¿Somos criaturas distintas?

No existe evidencia que muestre que los hombres somos naturalmente más violentos que las mujeres desde el nacimiento. Los hombres no tenemos en la generalidad mayores factores de riesgos de salud al nacimiento que las mujeres; no tenemos ningún componente biológico que nos haga más propensos a las enfermedades mentales o a afecciones psicológicas que acorten nuestra vida; no somos sexualmente más agresivos que las mujeres por naturaleza. Los hombres también somos profundamente lastimados cuando somos víctimas de violencia y de agresiones sexuales. Los hombres somos igualmente capaces que las mujeres en la crianza de los hijos.

¿Entonces qué estamos haciendo mal?

¿En dónde nos equivocamos? ¿Cómo es posible que los hombres nos convertimos en un grupo que intencionalmente nos dañamos a nosotros mismos como individuos y al resto de la sociedad con nuestra conducta?

La respuesta es complicada, pero es clara también: Así fuimos socializados. Todos los hombres somos machistas (también las mujeres), porque nos socializamos en estructuras sociales patriarcales y machistas, que exigen que el hombre sea siempre productivo, que pueda proveer para su familia, que pueda protegerla, y que además se muestre siempre enérgico y dinámico para hacer frente a los retos que esto conlleva.

Hemos entretejido la identidad de lo que significa ser hombre con el trabajo y nuestra capacidad productiva, con nuestra fortaleza física, con nuestra identidad, orientación, y potencia sexual, con nuestro desdén por la propia salud física y mental. Convertimos el paradigma de «ser hombre», en el más duro aislante social. El «macho alfa» no entiende de comunidad, está sólo, y sólo debe liderar al grupo (en casa o en el trabajo), y sólo debe enfrentar los retos que la vida le antepone, y sólo debe proteger a los suyos, y sólo debe morir. Como Sergio Sinay expresa en Masculinidad Tóxica: «Los hombres no lloran, no se lamentan, no aflojan, no se quejan. Mueren con las botas puestas (hasta esa tarea dejan para sus esposas e hijos, sacarles las botas una vez que mueren)«. Porque el hombre ha de morir antes que retar su masculinidad.

No sorprende entonces que el hombre responda con profunda desesperación y violencia cuando no puede cumplir las expectativas que la sociedad tiene de él. Cuando pierde el empleo; o cuando no puede cortejar a la persona que desea; cuando se duda de su fortaleza; de su identidad, orientación o capacidad sexual; cuando atender su salud significa mostrar debilidad. Porque al no cumplir con esas expectativas, la identidad que el hombre ha entretejido con sus funciones en sociedad, se desmorona, y con ella, se desmorona su ser. Porque no cumplir esas expectativas, representa no ser «suficientemente hombre».

¿Qué podemos cambiar?

Necesitamos comenzar por retar nuestra propia concepción de lo que nos identifica como hombres, de lo que consideramos masculino y de la absurda necesidad de esta masculinidad de ir en oposición a lo que consideramos femenino. Requerimos de manera urgente dejar de imponer conceptos genéricos de masculinidad a las nuevas generaciones de niños y adolescentes. Es imperativo que podamos ayudarlos a definir su hombría con base en su identidad personal, y no en arcaicos y machistas conceptos sociales asociados a la masculinidad.

En MEJORESHombres, creemos que este cambio de paradigma está ocurriendo ahora mismo, en cada uno de nosotros en lo individual; así también de forma colectiva en los lugares de trabajo, escuelas y lugares de esparcimiento. Nos corresponde a nosotros como hombres redefinir lo que significa ser hombres y producir una identidad masculina que nos permita vivir en paz y armonía, cuidando de nosotros mismos y del resto de nuestras comunidades como miembros contribuyentes a su prosperidad.